jueves, 21 de agosto de 2008

Blogomemorias de Kostas Vidas. Cap. IV

(viene de Blogomemorias de Kostas Vidas, Cap. III)

Dolores siempre recriminó a mi abuela la elección de su nombre, aunque lo aceptó con el paso de los años y supongo que no lo cambió por respeto a su madre. Si alguien piensa que la tradición cristiana española ha respetado lo más mínimo a la mujer hasta bien entrados los años ochenta del pasado siglo sólo tiene que echar un vistazo para desengañarse a una larga retahíla de nombres entre los que se incluyen Dolores, Angustias, Socorro, entre otros. Mi madre, a diferencia de lo que hizo con su apellido, no cambió su nombre por respeto a la memoria de su madre, Dolores I, ni siquiera puso en uso el diminutivo Lola. Su abuela heredó en viudedad un viejo horno de leña, en el que por otra parte había trabajado desde que se casó y que le trajo serios problemas. La extraña muerte de su abuelo llevó a su esposa a los tribunales ante lo que parecía un caso de envenenamiento acusada por su cuñado que según mi madre era la otra parte interesada en heredar el horno. La falta de pruebas y la autopsia estuvieron de su parte, y el caso se archivó, pasando a figurar en los libros de la parroquia como una muerte por miserere. Sin embargo, el rumor, más antiguo y más rápido que la corriente eléctrica, estigmatizó a mi bisabuela y a su hija. Así que, tan pronto como pudieron, vendieron el antiguo negocio y se mudaron a Albacete donde abrieron otra tahona en una vieja casa que les permitió habilitar un dormitorio para cada una. Por supuesto, el rumor llegó rápido a Albacete, pero la rivalidad entre municipios y la pronta muerte de la abuela tan sólo dos años después, anciana y cansada de ruines emociones, dio poca credibilidad al asunto. Mi joven abuela, Dolores I, se vio en la tesitura de lidiar con el nuevo horno ella sola, que si bien requería un trabajo arduo y sin descanso, no se vio obligada a repartir beneficios ni a realizar gastos extras durante los primero años. Cumplidos los veintitrés años, mi abuela había comprado ya una casa en el centro a fuerza de trabajar con tesón toda la semana. Cerraba puntualmente los domingos antes de misa de doce para asistir y ganarse el respeto de sus conciudadanos. Una buena salud, un carácter fuerte, un negocio rentable, el aumento de posesiones, y una presumida virginidad garantizada por el vecindario provocaron la aparición de pretendientes por el horno de pan. Se llevó la palma Don Cristóbal Méndez, un apuesto viajante de harinas que cada lunes por la mañana de idas le rebajaba amablemente unos céntimos por costal y cada viernes de vueltas, le obsequiaba con una botella de anís o algún dulce típico de algunos de los pueblos que visitaba. Don Cristóbal, con la excusa del cansancio acumulado, no tardó en quedarse en alguna posta los viernes por la noche para repetir visita a Dolores I el sábado por la mañana.

Una mañana de Domingo de Ramos, minutos antes de cerrar la tahona para asistir a la celebración, apareció Don Cristóbal acicalado y con su traje de los domingos con el ánimo de acompañarla a la procesión e invitarla a comer. Unas horas después, a la compañía de dos anises y unos panes de calatrava, Don Cristóbal se declaró y le ofreció un anillo que Dolores Ortega I aceptó de buen grado. Seis meses tardó la ceremonia en prepararse, durante los cuales, como por arte de magia, el horno empezó a dar mayores beneficios con los que mi abuela aprovechó para comprar otra casa. Amas de casa se convirtieron en nuevas clientas a raíz de que se corriera la primicia. El cotilleo siempre sabe mejor cuando uno lo lleva de primera mano. No había mañana en que dos o tres vecinas no pasaran horas atosigando a mi abuela, sugiriendo los preparativos, labrándose una futura invitación y recogiendo información con la que componer la melodía de las persianas. En el horno había trabajo para ella y su futuro marido que había prometido dejar su oficio de viajante para embarcarse con ella en el oficio del pan. Dolores I ya tenía por fin una vida social, pero debido al exceso de trabajo y a las noches en soledad, no veía el día en que casarse. No tuvo problemas para la lista de invitados que fue colmada por las clientas más fieles. La familia paterna de Tobarra no fue invitada por el litigio judicial antes mencionado y por parte de Cristóbal Méndez tan solo asistieron sus padres y hermanos. Apenas se cumplieron los nueve meses de la boda, al calor del horno de pan, nació Dolores Méndez, más tarde Dolores Ortega II. Tardó tiempo en darse cuenta mi abuela que el elegante y elocuente Cristóbal no era más que un holgazán y, cuando empezó a comprenderlo, los menesteres del horno, de la pequeña Dolores y cinco años más tarde de su hermana Marina, no le dejaban fuerzas para discutir e intentar meterlo en vereda. El zángano de mi abuelo que tras el mostrador de la panadería aparentaba ser una mosquita muerta, se aficionó a la bebida, el juego y quien sabe a que otras veleidades. La rentabilidad del negocio que debía atender bien al matrimonio y a las pequeñas empezó a resentirse por la ligereza de la mano de Cristóbal. Llegado este momento, mi abuela empezó a marcar la caja de cerca, dejando el cambio y escondiendo el dinero para garantizar al menos el bachiller de las dos niñas. Las niñas crecieron entre los gritos del padre a la madre y viceversa. Según mi madre, a menudo mi abuelo llegaba borracho y empezaba a buscar el escondite del dinero haciendo mucho ruido, mi abuela se levantaba y empezaba la discusión hasta que mi abuelo indignado se subía a la habitación a dormir. Dado que Dolores I comenzaba a hacer pan a las tres de la mañana sumado a las pocas ganas que tendría de volver a la cama con semejante elemento, ya permanecía despierta, el cansancio agotaba sus nervios y su paciencia. Poco después de cumplir mi madre los dieciséis años a las borracheras de mi abuelo se le añadieron las ganas de abofetear a alguien y, ¿cómo no?, le dio por mi abuela. Mi madre recuerda tres veces, dos las oyó desde el dormitorio mientras consolaba a su hermana pequeña, y a la tercera se le ocurrió ir a la habitación a defender a su madre. No llegó a tiempo. Mi abuela con un brazo bien trabajado de amasar pan durante toda la vida le saltó dos dientes de un derechazo. No volvió a importunarla. La noche siguiente volvió borracho. Esta vez, entró sigilosamente, subió al cuarto de las niñas y se puso a llorar y a decirles que las quería mucho. Mi madre recuerda esto con fuerte agror. Ella despertó primero, y mi abuelo entre sollozos empezó a preguntarle si sabía donde guardaba mi abuela el dinero. Al poco despertó la pequeña Marina, a la que se le contagió el llanto de su padre. Dolores I se despertó y sólo necesitó asomarse al dormitorio de las niñas para sin mediar palabra hacer volver al cobarde de Cristóbal a su habitación. Ella se acostó con la pequeña. No volvieron a ver a su padre. Mi madre empezó a ayudar a mi abuela en el horno cuando salía del colegio, y días más tarde de la desaparición de mi abuelo se presentaron dos hombres preguntando por él. Había dejado una deuda en juego clandestino que le costó a mi abuela la segunda casa que había comprado. Aún así mi abuela recuperó la alegría los años que le quedaban de vida.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Otro más con un abuelo canalla. Por qué será que la España de nuestros abuelos estaba repleta de machos borrachos y canallas y sufridas esposas que cargaban con la casa a cuestas sin contar con ayuda alguna.

Buen capítulo y mejor tu abuela que supo deshacerse del tema.
Ya me dirás si te gusta el cambio de look de mi blog

Ilaria dijo...

Mi abuelo tambien tomaba y se dormia abrazado a la botella y a su armonica. Pero, como que se le permitia el minimo evento, ya que el Cristo tenia tres empleos, dos en la semana y otro en domingos. Y solo le quedaba tiempo los sabados para "chumarse". Y no le daba ni a las moscas !!!
Me encanta como lo cuentas. G.

Anónimo dijo...

Rubén, estem a la espera!!

MARIPENDU dijo...

Tus fans estamos desesperados por saber maaaaaaas...

Anónimo dijo...

Hola Rubén ,soy MªDolors la madre de Héctor, ánimo cuentanos más, esta muy bien. El otro dia estuve en el mesenger con Verónica y Héctor.A ver si un día nos conocemos .Saludos