miércoles, 25 de febrero de 2009

"La muerte de una sirena". Capítulo Cuarto(final).

Shean buceaba desnudo, hermoso y libre sobre algas rojizas que acariciaban su pecho y su vientre. La luz de la mañana se filtraba amarilla desde encima de la superficie para iluminar su cuerpo inocente. El agua tenía un ligero sabor a wishkey y a mineral. La visibilidad era larga y perfecta, la sirena buceaba hacia él desde lo lejos. Esbozando un leve movimiento, Shean pudo, por fin, esperarla en postura vertical para recibir el abrazo que merecía. Admiró su enorme erección que profanaba el agua. El cuerpo de ella se aproximaba dibujando en su trayectoria cada relieve del suelo marino, y cuando los ojos estuvieron a la altura de las rodillas de Shean, viró verticalmente hasta encontrarse cara a cara lo suficientemente cerca de él para rozar por entre sus pechos y su abdomen el glande color ciruela... Un calor en el vientre a la altura del ombligo lo despertó. Shean yacía desnudo dentro de la tienda de campaña y observó como desde un pequeño círculo blanco un río de leche llegaba hasta la cabeza de su pene. Cogió un pañuelo de papel y mientras se limpiaba empezó a valorar la posibilidad de que todo el día anterior fuera un sueño. Pero no, la memoria emocional era perseverante en este caso. No recordaba como había llegado desnudo al campamento ni cuando se había acostado. Las imágenes de todo lo ocurrido formaban una historia dadaista e inconexa. Pero el recuerdo de cada sentimiento y sensación de la tarde anterior eran nítidos. El esfuerzo por arrastrarla mar adentro, la lucha por salir, el abrazo a Dodó, el llanto largo como la noche del invierno ártico. La tristeza le abría el pecho con esa sensación salada en la que parece que la lengua se ensanche y se prolongue más allá de la garganta, pero las lágrimas no brotaban y parecían acumularse en el interior de una frente que iba a estallar de un momento a otro. La culpabilidad de poder haber hecho algo por ella y no haberlo hecho,... si le hubiera agradecido lanzarse al agua a por él se hubieran hecho amigos y, tal vez, esto no hubiera sucedido. Pero la realidad era otra, ella lo había sacado del agua y, a cambio, él la había abandonado en las tinieblas de mil ulises. Se indignó consigo, volvió a llorar y a maldecir antes de obviar la posibilidad más fácil y contundente, tomar el primer ferry a Atenas, y de allí el primer vuelo a donde fuera. Sintió una pequeña punzada de orgullo al reconocerse que negarse a huir no había sido consecuencia de que el jefe de policía Stavros dispusiera de sus datos, sino del impulso de querer hacer algo por ella, por honrar su memoria. Realmente no sabía qué. Tal vez encontrar una forma de matar al Goliat de gimnasio; o conseguir que ese animal lo matara a él y compartir su suerte con la muchacha; o simplemente dejarse caer por el acantilado la noche siguiente y que el mar diera cuenta de él si así era su voluntad como podía hacerlo de su sirena. Es increíble como una idea poética puede hacernos recuperar cierta serenidad en los peores momentos, se dijo. Llegó a pensar en contar lo sucedido a la policía y denunciar al griego, dejando que las cosas siguieran su curso a partir de entonces. Podría ser que todo hubiera sido un accidente, y aquel confesara a las primeras de cambio. Pero si no lo hacía, quién iba a creerle. Sacó ropa de la bolsa de viaje, el neceser y decidió instalarse unos días en el hotel, cerca de su enemigo. Cuando silbó para ver llegar a Dodó de dentro de la pinada, la idea de que su ánimo de redención le pudiera llevar a la muerte, le hizo flaquear las rodillas durante unos instantes.
La ducha se llevó, junto al salitre, un peso de encima. Se repitió varias veces que cómo iba a saber él que esto podría suceder. La verdad es que un halo de precariedad le perseguía desde hacía meses y no había hecho nada por quitárselo de encima. Era el momento de ser mínimamente consecuente. Sólo abandonaría la isla para seguir al asesino. Después de ducharse, hacía tiempo que no se duchaba dos días seguidos, bajó a la terraza y pidió una cerveza y un bocadillo. Empezaba a llover de verdad por primera vez tras meses allí, aunque no hacía frío. Las gotas sobre el techado de plástico sonaban a música reconfortante. La menuda alemana se sentó a su lado. Sra. Schweinsteiger, ¿puedo pedirle un favor?. Mientras no sea dinero, contestó ella, el verano ha sido muy flojo. No es eso, siguió Shean, si yo me ausentara de la isla unas semanas y le dejara dinero, ¿serían ustedes tan amables de dar de comer a Dodó?. Claro que sí, hijo. No le molestaba que los Schweinsteiger le llamaran hijo. Ya lo hacíamos, olvidas que Dodó ya estaba en la isla antes de que tu llegaras. Es esa maldita manía posesiva humana de pensar que los animales son nuestros, y no lo son, ¿sabes?, hijo. Aunque los matemos y nos los comamos, ellos tienen su propia vida. El asesino de la sirena, que volvía de correr, interrumpió a la alemana. Kalimera(buenos días). ¿Cómo se llama?, preguntó Shean como por curiosidad. Spiros, no sé qué, ¿por qué?. Por nada. Gracias, pero no se coman a Dodó. La anfitriona rió a carcajadas como sólo ríen los alemanes que no leen poesía. Shean pidió un café y una copa de Paddy’s, y aprovechó la ausencia de la dueña del hotel para sacar su cuaderno. Decidió escribir para no olvidar todo lo sucedido desde que la malograda irlandesa le rescatara del silencio del Egeo. No tardó en salir Spiros sorbiendo ruidosamente un frappé, se miraron con desprecio, y el griego se sentó lejos de él. Shean se alegró de no sentir miedo. La culpabilidad y la sensación de haber caído tan bajo le habían apuntalado el sentimiento de no tener nada que perder. Sin dejar de odiar, consiguió ignorar a su adversario mientras redactaba a grosso modo lo sucedido los últimos dos días. Shean sabía que su única carta a jugar era que Spiros no consideraba que parte de sus últimos instantes habían sido observados, y fotografiados. Shean desconfiaba de las pruebas fotográficas, él mismo podría haber bajado después y liquidar a la chica. Spiros subió a su habitación y el muchacho permaneció un par de horas más frente a su cuaderno. Apenas acabó se dio cuenta de que Dodó le observaba atentamente. Ya no llovía. ¿Tienes hambre? Vamos.
Un cuarto de hora después, Shean estaba poniéndole la comida en su árbol del campamento mientras que el pequeño perro movía el rabo hambriento. De momento, Dodó tomó la postura de alerta, con las orejas levantadas. Ladró un par de veces y salió disparado. Al principio, pensó en la perra con la que se divertía su amiguito, pero después de vaciar la lata de comida intuyó que se trataba de algo diferente. Se asomó al acantilado y vio que, desde el sendero que bajaba a la primera cala, Dodó vigilaba a dos niños y tres adultos que caminaban hacia la escollera. A medida que se aproximaban pudo distinguir al jefe de policía Stavros, los otros dos agentes iban de uniforme. En la parte oriental de la escollera un tercer agente, el municipal de Agistri, sentado y fumando, vigilaba un cuerpo hinchado y medio morado encallado entre dos salientes de piedra por la parte del tronco, las piernas y nalgas eran lo único que se percibía. El mar quiso ser juez y parte y devolvió el cuerpo del delito. Probablemente lo habían descubierto los niños que habían ido a esperar al muelle a Stavros obedientes a las indicaciones del municipal. Al llegar a la escollera y divisar el cuerpo, Stavros dio indicaciones a los dos agentes y uno se quedó buscando restos por la escollera y ese flanco del acantilado, mientras que el otro giró por la esquina donde a Shean se le perdía la vista y tras el cual había encontrado a la pobre chica la tarde anterior. Se sentó tras un arbusto y empezó a observar. Tras un rato vio que uno de los agentes se acercaba con la toalla mojada y la bolsa de playa de la chica cogida por el asa. De esa mano colgaba el komboloi de Spiros. Un rayo de esperanza se abrió para él. Sacó la cámara de fotos y empezó a pasar una a una las fotos en las que aparecía el griego con la intención de encontrar las cuentas brillantes. No hubo suerte, todas las imágenes eran primeros planos de órganos sexuales y de un bello rostro que ahora estaría desfigurado. Masticaba la posibilidad de que alguien más pudiera haber visto el komboloi, cuando, esquivando los huecos de la escollera apareció el otro agente enseñando las bermudas verde militar de Shean. Entonces recordó. Antes de liberar el cuerpo de la chica de su aprisionamiento, se había desnudado para que la ropa no actuara como rémora mientras nadaba. Por eso estaba desnudo por la mañana. Sintió que toda su credibilidad, si es que había tenido alguna, se desmoronaba. Eran los mismos pantalones que llevaba durante el viaje en el ferry y la toma de contacto con el jefe de policía Stavros. Sin perder tiempo, metió sus escasas pertenencias en la bolsa de viaje, y dejando el campamento tal cual, se fue al hotel. Por el camino se unió Dodó que, como si fuera consciente de la gravedad de la situación, no le hizo ninguna fiesta. Llegó al hotel, sacó la tarjeta de crédito y le dijo al Sr. Schweinsteiger, necesito que me haga un cobro con la tarjeta para disponer de efectivo. ¿Cuánto quieres?, pregunto extrañado. ¿Cuánto tiene en caja?. Unos cuatrocientos euros. Me valen. El orondo alemán procedió sin hacer demasiadas preguntas. En ese momento, apareció la señora Schweinsteiger. Tenga, dos cientos euros para cuidar a Dodó. ¿Ya te vas?, hijo. No lo sé, me lo dirán durante el día, pero tengo que estar preparado. ¿Y tanto dinero?. No sé cuanto tiempo estaré fuera, déme una tarjeta del hotel para escribirle,... mamá. Shean sintió ternura y se le vidriaron los ojos. De momento, ¿me invitáis a un wishkey irlandés de despedida?, dijo forzando una sonrisa. Claro, hijo. Shean disfrutó de su último trago en aquella terraza con sus amigos alemanes que comprensivos ante la expresión desencajada de su rostro, no quisieron agobiarle con preguntas. Tan sólo media hora, pero muy larga para el joven O’Neill, tardó en llegar el jefe de policía Stavros a detenerlo. Shean se levantó, se colgó la mochila y puso las manos a la espalda para que lo esposara el agente que acompañaba a Stavros. La menuda alemana, entre lágrimas, corrió hacia él y, tras darle un abrazo, le metió los doscientos euros en el bolsillo del pantalón. Dodó ladraba al agente que esposaba a Shean y el señor Schweinsteiger lo subió al brazo y lo tranquilizó.
Desde dentro, la pequeña comisaría isleña parecía un despacho del siglo diecinueve. Dos cuartos con puertas de hierro para los detenidos quedaban a la espalda de Shean. Frente a él, estaba sentado Stavros. Sobre la cabeza del jefe de policía colgaba la foto de algún político griego que siguiendo las mismas artes que el viejo O’Neill había llegado a presidente o primer ministro. Stavros y Shean hablaban en inglés, y el municipal, traducía al griego para los agentes. Tras una breve declaración de intenciones por parte de ambos, Shean ofreció el cuaderno a Stavros. Todo lo que sé está ahí. Aquí en la cámara están las fotos de la persona que acompañaba a la chica antes de salir. Un Stavros perezoso miró primero las fotos, mientras que el irlandés interrumpía. El hombre se hospeda en el mismo hotel que yo, se llama Spiros. Stavros miró a la pareja de agentes. A qué esperáis, traedlo aquí. Intuyó Shean que les dijo, ya que estos salieron inmediatamente. Veo que eres un buen periodista dijo irónico Stavros tras observar el reportaje sexual que guardaba la memoria de la cámara. ¿Tú no sabes que esto es un delito?. Stavros le ofreció cigarrillos mientras leía el cuaderno del muchacho. Cuando acabó le dijo, parece, hijo, que esto no te va a servir de mucho. Quiero creerte, pero tal y como están las cosas no va a depender de mí. La autopsia va a determinar las causas de la muerte, hay muestras de violencia. Si hay algo más, es mejor que me lo digas ahora. Pronto llamó a la puerta uno de los agentes para avisar que habían traído a Spiros. El jefe de policía mandó esposar a Shean y sacarlo fuera para poder entrevistar al griego. Spiros entró sin esposar y, señalándole con el dedo cuando se cruzaron en la puerta, le dijo, jodido bastardo, pobre chica. El interrogatorio fue corto. Salió libre ante la estupefacción de Shean que se lo recriminó en inglés a Stavros. No puede salir de la isla, los dos muelles están vigilados. Además las únicas pruebas que hay te incriminan a ti. Shean recordó otra vez las bermudas. No estás en disposición de exigir nada. ¿Le vendiste hierba a la chica?. No, contestó Shean. Mañana sabremos si la hierba de su bolsa y de la tuya es de la misma planta. Sí lo es, señor Stavros. Pero no se la vendí, se la regalé. ¿Has venido a Grecia a coleccionar delitos?. Tengo un hijo de tu edad, ¿sabes?. Por esa razón no te estoy arrancando los dientes uno a uno para que me digas la verdad, porqué podrías ser mi hijo. Stavros le quitó las esposas y lo metió en una de las habitaciones que hacían las veces de celda. Tú vas a dormir aquí. ¿Qué tal se duerme en el hotel?. Muy bien dijo Shean. En mi bolsa hay una tarjeta por si quiere reservar. Stavros la encontró llamó por teléfono y tras dar instrucciones en griego al municipal se marchó.
Unas barras de hierro hacían la vez de ventana en la mitad superior de la puerta de la celda. El municipal, como ajeno a la presencia del joven, se sentó en su silla antes ocupada por Stavros, y cerró los ojos. Shean había empezado a aceptar el medio final de su tragedia griega. Pero tuvo que admitir a su pesar, que el otro medio final, el que resume al protagonista de la tragedia griega como un héroe, no iba a llegar. El destino y su indulgencia le habían deparado un final de villano. Fue consciente que el resto de horas de su vida iban a ser largas en una prisión extranjera y lamentó no haber aprendido el idioma. El aburrido rostro durmiente de su improvisado carcelero le llevó a fijarse en el retrato de busto del político que impertérrito sonreía mirando hacia el infinito por encima del ángulo de la perspectiva. Siempre es más fácil mentir si no se mira a los ojos del interlocutor, se dijo. La fotografía se había tomado a la luz del día que coronaba la calva del modelo con un brillo marfileño. Dos brotes de pelo castaño claro vestían de forma casi inadvertida por encima sus orejas. Los iris de los ojos achinados resaltaban más que los numerosos lunares que minaban el rostro porqué daban dirección a la mirada. Pasó horas mirando el retrato, tratando de no pensar en su desgracia. Bajo el nombre en griego en letras mayúsculas pudo divisar más pequeño la leyenda en inglés. Kostas Simitis, Primer Ministro de la República de Grecia. Todo un detalle para los criminales extranjeros. De fondo, oía al mar mecer los cascos de las pequeñas embarcaciones que dormían en la cuna del muelle. El aburrimiento empezó a ganarle terreno a la angustia. Un mal estado de conciencia siempre puede ser relevado por otro. Tras pasear unos minutos por la angosta habitación volvió a mirar la leyenda de la fotografía apoyando su frente en el frío hierro de los barrotes. Para entretenerse comenzó a comparar las grafías latinas del nombre con las grafías en griego y encontró parecidos. Pero el apellido le llamó la atención, la S mayúscula era Sigma. De pronto le vino a la mente el dibujo rojo de su sangre en zigzag del anillo con el que le había golpeado el animal de granja griego en la coronilla. Un atisbo muy lejano de esperanza se abrió al pensar que el anillo pudiera aparecer. Las prisas por acabar el relato de esos días no le habían recordado describir que esos labios y dientes sensuales habían arrebatado el anillo del dedo. ¿Qué pensaría el jefe de policía Stavros?. Señor, señor, despertó al municipal dando dos sonoras patadas en la puerta de metal. Necesito hablar con el jefe de policía Stavros. Mañana, contestó desperezándose el perezoso funcionario. Se levantó, se caló la gorra y salió cerrando con llave.
Cuando despertó, la luz del día apenas entraba por la rendija de la puerta del departamento. El municipal roncaba sobre la silla. Volvió a dar dos patadas a la puerta, esta vez más fuerte, para devolverle el desprecio de la noche anterior. ¡Llame a Stavros! Dos golpes en la puerta de la calle sonaron antes de que el policía replicara. Era el jefe de policía. Le explicó que irían a lugar de los hechos para que le explicara detenidamente como había encontrado el cadáver y cómo había actuado. Salió a la calle, Dodó que esperaba a una distancia prudencial de los agentes que acompañaban a Stavros se acercó a Shean que no pudo acariciarlo por ir ya esposado. Comerciantes y vecinos lo miraban con desprecio apoyados en los quicios de las puertas. Nadie le saludó. Se había dejado el sueldo de su padre en la cerveza y la comida de sus comercios y ahora le apartaban la mirada. Señor Stavros, llamó Shean interrumpiendo una discusión sobre fútbol con los dos agentes. Stavros se acercó. Qué significa un anillo de oro con una sigma mayúscula de sello. Se quedó callado un segundo. En los últimos disturbios tras la guerra de Yugoslavia y coincidiendo con la visita de Clinton, se detuvo a una serie de integrantes de un partido comunista que lo llevaban. Son una facción estalinista ilegal del partido; como los neonazis en Alemania, pero comunistas, la misma basura. Se explicó. ¿Ahora te preocupa la política griega?, ironizó finalmente. No, es que Spiros llevaba uno. No recuerdo ningún anillo cuando le entrevisté, me fijo mucho en esos detalles, le contestó el policía. Mire, le dijo enseñando la coronilla. Joder, dijo riendo Stavros, se lee perfectamente la Sigma. Puede que se lo quitara para hablar conmigo. O puede que lo encontremos en el lugar de los hechos, sugirió Shean emulando al mismísimo Watson. Stavros pidió al agente que llamara por teléfono y pidiera antecedentes del sujeto. Shean lo supo porqué oyó en boca del agente varias veces el nombre del chico. Shean le explicó que había obviado la habilidad bucal de la chica. ¿Todos los irlandeses sois así de pervertidos?. Los fanáticos católicos son peores, dijo riendo, debería usted conocer a mi padre. Se dio cuenta de que era la primera vez que reía con ganas desde hacía tiempo. Una vez en la roca tamaño matrimonio, Shean se entretuvo mirando por los bordes si encontraba el anillo del estalinista mientras el agente comentaba la llamada de teléfono con el jefe de policía pero no hubo suerte. Bien, empieza a hablar, ordenó a Shean. Espera. El móvil del jefe de policía Stavros sonó en ese momento. Se alejó tres o cuatro rocas para mantener la intimidad. Shean lo observaba desde lejos. De pronto, el jefe de policía Stavros le sonrió, se quitó las gafas de sol par remarcar el gesto y le guiñó un ojo. Colgó. Dio tres saltos hasta la roca de matrimonio y tras hablar un momento con un agente, este le quitó las esposas al joven O’Neill que no entendía nada. Están haciéndole la autopsia al cadáver. Han encontrado el anillo en el estómago, y Spiros pertenece al grupo estalinista, ha sido detenido varias veces por desórdenes públicos. De momento eres sólo un testigo. Enhorabuena. Toma, fúmate un cigarro para asimilarlo, y después seguimos con la descripción de los hechos. Cuando acabó de fumar, se dio cuenta que un agente y el municipal se habían marchado, probablemente a detener a Spiros. Contó a partir de entonces los hechos, con el único y sano sentimiento de la tristeza por Caroline. Nunca había escuchado el nombre de su sirena. El jefe de policía Stavros se lo reveló. Volvió junto a él y el municipal, que seguía tan indiferente respecto a todo como cuando fumaba frente al cadáver de la muchacha, para recoger las cosas. El jefe de policía Stavros se quedó el cuaderno y la tarjeta de memoria de la cámara. Antes de salir de la pequeña comisaría, al darse la vuelta para despedirse, vio como tras los mismos barrotes en los que había enfriado su frente para leer el apellido de Simitis se encontraba mirándolo Spiros. Dodó los acompañó todo el camino moviendo el rabo. Esta vez incluso había entrado en la oficina.
Hans y Telma, que ya no querían ser los señores Schweinsteiger para Shean, escucharon los hechos asombrados. Comieron y bebieron toda la tarde con el chico para celebrar su libertad. A media tarde apareció Stavros que pidió beber con ellos, se había tomado la tarde de descanso. Spiros había confesado que entró en furia por el anillo cuando vio que Caroline se atragantaba, creía se le había caído al agua y que fingía, por eso la autopsia mostraba signos de estrangulamiento. Spiros la amenazó cogiéndola del cuello pero no midió bien el límite. Cuando quiso soltarla viendo que la cosa se le había ido de las manos, la chica cayó incrustando sus sienes entre las dos rocas. El chico que parecía no tener muchas luces, explicó Stavros, aún se entretuvo un rato buscando el anillo entre las rocas, pero pensó que el mar lo había arrastrado fuera de la escollera. La imagen de la chica aprisionada le parecía que podía pasar por un fatal resbalón inoportuno en el musgo de las rocas, y marchó. Hans y Telma se levantaron a recoger la mesa y dejaron solos a Stavros y Shean. Stavros dio una tarjeta con sus datos al joven. Creo que debo marcharme pronto, tengo que solucionar unos asuntos fuera de Grecia, dijo Shean, pero pienso volver a Agistri el próximo verano. ¿A seguir coleccionado delitos?, bromeó Stavros. Espérate unos días, intentaremos que puedas salir del país con el compromiso de que vengas a declarar en el juicio. Shean agradeció la deferencia. ¿Algo más?, preguntó el irlandés. No, lo de las fotos y la marihuana lo dejaremos para el próximo verano. Stavros se levantó y antes de apurar su vaso, brindó en gaélico, Slonja!. Shean encendió su teléfono móvil y marcó. Esperó unos segundos. Adriana, dile a mi madre que se ponga, por favor,… gracias. Hola mamá. Estoy bien. ¿Sigue en pie lo de la universidad francesa?... Pero avísales que yo no voy a misa.

Y FINAL.

11 comentarios:

FSS dijo...

Kosta, file mou, Sinxaritiria.

Enhorabona kostak. Ya estoy impaciente por conocer la próxima aventura con que nos sorprenderás

Filakia pola

Kostas Vidas, poeta de cantina dijo...

Efxaristó file moy.
Estoy rumiando algo más, pero voy escaso de tiempo
Un abrazo

Vicente Molina dijo...

queda pendiente una pella en domingo

Unknown dijo...

Grande, Kostas.

Enhorabuena por el relato y por la música de fondo.

Saludos desde Transilvania.

Anónimo dijo...

Que buen rato me has hecho pasar, mi querido Kostas.

Menos mal que he esperado a que estén todos colgados para poder leerlos de un tirón...

Un abrazo desde el "Bronx de Arriba"

áLvArº

Kostas Vidas, poeta de cantina dijo...

Gracias tío,
espero colgar algo nuevo pronto.
Un abrazo para esa escuela de la vida que mola más que el Bronx de Abajo.

Mariel Ramírez Barrios dijo...

EXCELENTE! PERO YO YA COMENTÈ ESTE CUENTO! MY COMMENT IS MISSING,DEAR!!
BUENO
LO LEÌ DE NUEVO
DEJO MI HUELLA Y QUIERO OTROOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!! HACE UN MES HOY QUE NO ESCRIBÌS,FIACA.
VAMOS A VER..SENTATE Y DANOS LA CONTINUACIÒN
UN BESAZO

MARIPENDU dijo...

Amor, aunque últimamente estés un poco disperso i te agobies por la falta de concentración, sé que en el momento menos pensado me vas a regalar uno de tus relatos que tanto me gustan.
No te preocupes, sabes que todo pasa... y si nos agobiamos nos vamos a los bares a fingir que nos casamos para que nos inviten a cava. JAJAJA!!!.
Gran rostro el nuestro.

Azpeitia poeta y escritor dijo...

Enhorabuena por tu relato y por tu blog...un abrazo de azpeitia

Anónimo dijo...

Estaba preparada para la tragedia, y me ha sorprendido el final. (He de cambiar mis previsiones, siempre pesimista con la justicia y con las fuerzas del orden). Buen ritmo, natural y buen sabor de boca al final, gracias por compartirlo con nosotr@s. Ana

Kostas Vidas, poeta de cantina dijo...

Gracias, Ana. Espero volver a escribier dentro de un par de semanas.