miércoles, 15 de julio de 2009

"Tres son multitud". Capítulos V y VI (final)

viene de "Tres son multitud". Capítulos III y IV

V
He dejado al señor compungido por la muerte de su hermano, pero he conseguido consolarlo un poco aceptando la merienda con la Remedios. ¿Cómo será la Remedios? Tal vez estoy dejando pasar la oportunidad de mi vida... Un estanco,... ¿se puede ganar más trabajando menos? Mientras pienso en ello, me quito la chaqueta de camino al coche y me arremango para que el aire seque el sudor frío del bajón de la cocaína. En el brazo derecho observo el cardenal causado por el pellizco monacal que pedía caridad cristiana; es de todos los colores. ¿Por qué los creyentes (judeocristianos, claro) siempre se creen con la autoridad moral de exigir, ordenar, absolver o condenar?¿Saltarían desde un octavo piso si descubrieran que Dios pudiese hablar por boca de un ateo? Cuando agradezco ser técnico en Pompas Fúnebres, y no teólogo, ya estoy recogiendo a Jennifer en el punto concreto.
- Pinta algo, por favor.
- ¿Estás bien para conducir?
- Sí, pero espera qué te cuente...- Conforme le voy contando el anecdotario previo al funeral el camino se va haciendo corto. Nos reímos del hermano de Enrique, de la vieja que me ha pellizcado sin piedad, y del atraco a la joyería.
- Siento alivio de no haber tenido que declarar. – Digo. – Si vieras a todas las viejas plañideras abalanzarse sobre el coche de policía para ser las primeras en contarlo... y mientras los hombres dándonos el pésame... La joyera apartando viejas,... nadie le hacía caso...
- ¿ Y cómo te has deshecho del viejecito?
- Cuando ha terminado el pésame, le he dicho que tenía que ir al baño...
- ¡Ah!, pues ha sido fácil.
- ¡Qué va! Se ha empeñado en acompañarme, él también tenía ganas. Hemos cruzado al bar, y cuando ha empezado a cagar lo he dejado en el baño...
- ¿En serio?
- Sí, bueno, he salido de allí y en la puerta de la Iglesia le he dicho a la beata psicópata que el hermano de Enrique se había encerrado allí y sólo saldría a hablar con ella... A ver si su caridad le llega para limpiarle el culo.- Le enseño el cardenal y Jennifer ríe. Antes de entrar a Torreblanca están montando un control de la guardia civil en la nacional; todavía no han empezado a parar a nadie.
- ¿Será por el atraco?
- Seguro.- Contesto.
- A buenas horas mangas verdes.- Gritamos a la vez.
- Ya debe estar en Francia, con esa moto... – Ríe.
La miro, no recuerdo haberle dicho como era la moto. Me asalta la idea de la moto que ha tocado el coche por detrás al principio del viaje. Decido dejar el tema. Considero esas dudas como asociaciones de ideas paranoides propias de la adicción. Aparco frente a la puerta de un bar de camioneros. Entramos.
- Un vodka con red bull.- Pido.
- Lo mismo para mí. – Dice Jennifer que entra directa al baño.
Pago y entro al baño de caballeros. Los urinarios están inundados y me alivio en uno de los inodoros sin cerrar la puerta. Cuando estoy sacudiendo las últimas gotas, las gotas de la sonrisa, alguien me tapa la boca y me encañona por debajo de la mandíbula. Noto el frío y la garganta se inflama hasta el punto de no poder tragar saliva.
- No grites o te vuelo la cabeza. Las llaves del coche. – Me libera lentamente la boca.
- En el bolsillo derecho.
- ¿Has pagado? - Con su mano libre hurga y las coge.
- Sí.
- Bien hecho.- Sin separar el cañón de mi cuello sigue. – Ahora sales, te acabas rápidamente la copa, coges a la señorita que te acompaña y subís al coche. No pares hasta que oigas tres golpes detrás de ti. Haz lo que te digo o tú y tu amiguita no lo contáis, ¿está claro?
Las palabras está claro siguen sonando como el eco entre las montañas. No sé cuanto tiempo ha pasado, pero la polla se me ha escurrido entre los dedos y yo estoy sudando desmesuradamente. Lentamente me subo la bragueta y me lavo la cara con agua fría. Este servicio se me está empezando a hacer largo.
VI
Hace casi dos horas que conduzco y he sido incapaz de articular palabra. Probablemente el tipo de la pistola viaja detrás con la oreja pegada al cristal opaco que nos separa. Parece que Jenny piensa que voy de bajón, no hace preguntas extrañas, hace las rayas de dos en dos para ella, y cuando rechazo la mía, sonríe antes de esnifar. A decir verdad, con el susto se me ha pasado el pelotazo. Estoy seguro que el pistolero no puede oírnos desde detrás, pero aún así no me atrevo a hablar.
- Tienes que poner gasolina.- Dice Jennifer.
Miro la aguja y sí, tiene razón. Entro en la primera estación de servicio que encuentro. No hay clientes. Paro en el surtidor. Se acerca una joven dependiente con uno de esos uniformes que parecen salidos de un equipo de Fórmula 1. La miro a los ojos, está tan desfigurada como yo. Otra que no se ha acostado, pienso. No me alejo del surtidor. Prefiero que el pistolero me tenga a la vista por entre las cortinillas de las ventanas. Jennifer sale y da saltitos al lado nuestro para estirar las piernas. La chica nos mira las caras, se ríe entre dientes, siente alguna complicidad.
- Bueno, ¿qué?
- Diesel.
- ¿Cuánto?
- Veinte,... – Miro cuanto tengo para pagar en efectivo. - No. Treinta.- No me atrevo a alejarme del vehículo para pagar en el mostrador.La chica inserta la manguera en el surtidor y en un bostezo, que parece mecánico, me enseña media docena de caries. Cuando aún estoy contando la quinta caries en un molar inferior izquierdo, un rostro separa una de las cortinas a la altura de la dependienta, el bostezo se convierte en un alarido, y la muchacha pierde el control de su cuerpo y de la manguera, empapándome de gasolina de la cabeza a los pies. Todo el miedo que arrastraba desde la última micción se convierte en rabia cuando reconozco que es la cara de Saúl. Blasfemo hasta en arameo y, cuando creo que he conseguido desahogarme, Jennifer consuela a la dependienta que tiene una crisis nerviosa. Una vez calmados, me quedo en calzoncillos y en los grifos de agua y aire, Jenny me asiste en un simulacro de ducha. La chica después de pedirme perdón, aparece con una camiseta corporativa. Jennifer le ha explicado, que son autostopistas y que los dos no cabían en la cabina. Tiene reflejos, la maquilladora.Arranco. Huelo a diesel. Da igual ir con las ventanillas bajadas, la pituitaria no hace más que enviar señales de náusea a mi cerebro. Piso el acelerador a medida que voy acordándome de los antepasados de Saúl hasta llegar a los albores de la humanidad. En cada curva lo oigo rodar de un lado a otro golpeándose y gritando, a veces riendo. Hace rato que sólo pienso en la paliza que voy a darle en llegar al garaje. Pero en uno de los semáforos de Calvo Sotelo se me enciende la bombilla.
- ¿Tú lo sabías no?- Pregunto a Jenny mientras me siento como un imbécil.
- Claro, la joyería es de la zorra de mi madre. – Me dice riendo.- La única casualidad es que el entierro fuera en la misma parroquia que hay enfrente.
- Esas ganas de venir conmigo. Saúl me conoce hace tiempo, ¿por qué no me lo ha contado?
- ¿Me hubieras llevado?
- No.
- El plan era quedar contigo en la misma ciudad para subirnos al coche fúnebre. No hay cosa menos sospechosa. Al no acceder tú al principio, se fue a por la moto.
- ¿De quién es?
- Robada.
- Le voy a partir la cara.
- No, cuando cuentes tu parte.
Cierto, la parte que me toca es considerable. Hemos repartido el efectivo y aún queda deshacerse de la joyas, donde mi porcentaje y el de Jenny son menores puesto que su venta es trabajo de Saúl. Por mucho olor a gasolina que hagas, es muy relajante que en la ducha te ayude a quitártelo una nueva compañera de trabajo.
- ¿Por qué te hiciste enterrador?
- Técnico de pompas...
- Bueno, eso.
- Ya ves, es un trabajo tranquilo.

6 comentarios:

Martín dijo...

Como diría el Sr. Burns: "Excelenteee". Me ha gustado mucho, Kostas. Entiendo la impaciencia de los lectores del resto de los capítulos, yo me lo he leído del tirón. Sabes manejar el tempo y la tensión.
Enhorabuena.

Anónimo dijo...

Me ha encantado! y haciendo referencia al comentario de Martín.
Como diría un judeocristiano: Dios te ha dado un don, hijo, sigue aprovechándolo. Un abrazo

Álvaro

Kostas Vidas, poeta de cantina dijo...

Gracias a los dos. Me lo he pasado bien escribiendo este relato.

Henrique Moragas dijo...

Está bastante bien, querido Kostas. Lo he leído de tirón y eso quiere decir que engancha, tiene algo. Me ha gustado, sí señor, es divertido y tiene acción. Sólo una pequeña objeción: ¿Cómo que "Un estanco,... ¿se puede ganar más trabajando menos?"? Ahí no pienso igual que tú. Por lo demás, genial.
Un abrazo.

Kostas Vidas, poeta de cantina dijo...

No, lo pienso yo, lo piensa el personaje. Muchas gracias, Henry.

Anónimo dijo...

Primero decir que he comentado mi opinión al autor, pero ya que he leído el relato me apetecí compartir mi opinión en el blog.
La trama del relato está formada por, en primer lugar, no saber si el muerto estaba muerto, en segundo lugar si el cambiazo del fiambre se debía a hechos anteriores como la posibilidad de un asesinato. Pero esto no se aclara hasta que el protagonista no llega a la estación y explica que la avería de su coche. El contexto de la ceremonia fúnebre es subrealista, ya que el protagonista se ve inmerso en una situación inesperada. Y este momento da pie a la ironía: no somos nadie...nadie no será usted. Me recuerda a Michel Houellbech.
Respecto al vocabulario tiene está relacionado con el rito fúnebre y ceremonia cristina, lo demuestra el léxico blasfemo arameo, y la connotación de la arquitectura, con sarcasmo: capiostia. Por no hablar de las referencias musicales que se le ofrecen al lector que lo enriquecen.
Aparece el sexo y se mezclan vocablos más técnicos propios de un escritor que tiene un abánico amplio a la disposición de su imaginación.
La trama se consigue. Sin ser una analista de la crítica literaria y en dos palabras: LA PUTA OSTIA