viernes, 23 de enero de 2009

"La muerte de una sirena". Capítulo Primero(de cuatro)

El cajero le había cobrado once euros y medio de comisión por sacar doscientos a crédito, pero a él le daba igual. El bueno de O’Neill, miembro estimado del Fine Gael, cristiano demócrata, pero más de lo primero que de lo segundo, pagaría cuantas comisiones hicieran falta a sus amigos los banqueros con tal de que su hijo no apareciera por Dublín a joderle su carrera hacia un escaño antes de las elecciones de Mayo Tomó dos cervezas frente al puerto y compró en una licorería una botella de Jameson que guardó en la mochila tras tomar dos buenos tragos. El quiosquero frente al muelle del atraque, como cada viernes, levantó las cejas sin mirarle y negándose a cobrarle el Irish Times con un billete de cincuenta. Shean O’Neill insistió: “To Irish Times”. Y el quiosquero malcarado, como cada viernes gritó: “Ohi, vre kolópede, den éxw kérma”(no, niño del culo, no tengo cambio). Y como cada viernes, pero cada vez bajo más barba, Shean sonrío y pagó con diez euros. Esta vez, el quiosquero le lanzó las vueltas a la cara e hizo ademán de salir del quiosco. Shean apretó a correr sin reparar en el tintineo de monedas a su alrededor. La broma había ido demasiado lejos. Tendría que cambiar de quiosco. Los extranjeros siempre tenemos las de perder en Grecia, pensó.

Shean O’Neill evitó a los dos policías que le registraban cada viernes a la entrada del puerto del Pireo mezclándose con un grupo de jóvenes americanos que le preguntaron como adquirir los tickets para el barco de Egina y después se dirigió a la caseta a por su ticket para Agistri, paseando mientras ojeaba la primera página del Irish Times. En portada, destacaban los principales resultados de una encuesta de valoración de políticos y de intención de voto. Sobre el titular “Nuestros políticos aprueban” una foto con la cúpula del partido demócrata cristiano y la puntuación en negro sobre la frente si puntuaba mayor de cinco y en rojo si andaba por debajo. Papá en segundo plano sonreía orgulloso coronado con un cinco coma dos. Una sombra sobre el periódico le reveló que estaba en la cola del expendedor. Era el primer viernes de Octubre y aún así el calor era sofocante. Levantó la mirada y encontró una rubia melena cuyas puntas se pegaban mojadas por el sudor a una espalda roja por el sol de Atenas. Shean se quitó la gorra verde mimetizada, se echó los mechones y las rastas hacia detrás, se caló la gorra alta y se plisó la barba cobriza por la cerveza y el tabaco, mientras observaba como las gotas de sudor se concentraban trasparentando el pareo que se pegaba al tanga. Un culo británico, pensó. No tendrá más de veinticinco años y ya tiene cartucheras. Los fish and chips, los Mars y los Twixs echan a perder a nuestras mujeres. La muchacha, en un gesto violento se olió la axila. No era ella. Se giró, Shean le sonrió, y unos ojos azules le miraron con despreció. El joven pero estrafalario O’Neill la maldijo por dentro antes de decidir que esa misma tarde se afeitaría, se pondría la camisa y alquilaría una habitación en el hotel. Le hacía falta una buena ducha, daba asco. Llegó el turno de la muchacha que sacó el billetero del bolso mientras una mujer gorda que vendía los billetes se levantó sin mediar palabra y salió de la caseta. El pequeño toldo de fibra apenas daba sombra sobre el mostrador. Tras unos minutos, Shean se apoyó metiendo la cabeza hacia dentro de la caseta y volvió a sonreír. En Grecia, siempre es así. Notó, un cosquilleo en la frente y calló sobre el mostrador una pulga. La joven se apartó sorprendida mientras Shean intentaba matar el insecto a manotazos. Desistió cuando el pequeño David huyó de la mano de Goliat para posarse en la silla de la dependienta que volvía con un frappé con la misma parsimonia que se había marchado. Para la gorda. Pensó Shean. Es de Dodó, mi perro dijo riendo a la contrariada británica. Apestas, ¡a dos metros de mí!. Le replicó con aprensión la chica que no estaba dispuesta a perder el turno por un irlandés piojoso.

Ya en el ferry, se sentó mirando a popa, dejó su mochila abierta y entre trago y trago de Jameson leyó el artículo. Se atascó indignado: “... el abogado O’Neill, portavoz del grupo parlamentario, supera por primera vez el aprobado cuando todavía está reciente el incidente con su hijo. Lejos de perjudicar su popularidad, la foto, aparecida semanas atrás, entregando a su vástago a la policía, no ha hecho sino beneficiar...”. Joder, tiene suerte hasta para eso. Tomó otro trago y sonó, dentro de la mochila, el móvil. La voz de la criada rumana sonó tras el auricular, Señor O’Neill llamo de parte de la Señora O’Neill, espere un momento, ahora se pone. Shean colgó. Esperó un minuto y volvió a sonar el celular. Hijo, ¿por qué cuelgas?. ¿No puedes marcar tú?, mamá. Querido, ya sabes que no me aclaro con un número tan largo y estaba mirando el pudin en el horno y bueno, tengo buenas noticias,... ¡Adriana, apaga el horno!. Mamá, no grites, te oigo como si estuvieras aquí. Querido,... Mamá, no me llames querido, me llamo Shean, tú elegiste el nombre. De acuerdo, querido, es qué vale más hacer las cosas que mandarlas. Entonces, ¿por qué le pides que me llame?. Hijo ya sabes que con un número tan... Mamá, mamá, ¿para qué me has llamado? ¿Recuerdas que escribí a Burdeos? ¿A Burdeos? Sí, querido, ¿no te lo dije antes de marcharte a Grecia? No me lo dijiste, mamá, ¿a quién escribiste en Burdeos? Y no me llames querido. Ay, qué cabeza la mía. Mamá, la mía me está empezando a doler. Es imposible mantener una conversación contigo, hijo, te enfadas siempre, me haces sufrir... ¡Mamá! ¿A quién coño escribiste en Burdeos? Si es que tiene algo que ver conmigo... A esa universidad católica, Saint no sé qué, no recuerdo como se llama... Voy a colgar, mamá, no tengo ganas de hablar contigo. Pero querido, digo,... Shean, espera. No quiero ir a la universidad con el único fin de que vosotros os sintáis orgullosos de mí, lo entiendes. Pero Shean, tu padre ha hecho un esfuerzo económico importante y tú hablas francés... Mamá, yo no hablo francés. ¿Y la academia de que te sirvió? Mamá, asistí a dos clases de francés, no he vuelto a ir, fue idea vuestra. Ala, ya lo sabes, voy a colgar, adiós mamá... Shean O’Neill, no cuelgues, tu padre dice que si no aceptas te va a cortar el grifo y... Mamá, tu marido es un jodido y egoísta fundamentalista católico que sólo piensa en su carrera política, un cabrón que entregó a su hijo a la policía por fumarse un porro en su habitación. No llores mamá, ya sabes que no lo soporto. ¿Qué clase de padre hace eso? Y escúchame bien lo que le vas a decir, ¿me oyes? Sí, hijo. ¿Sabes quién es Charles Baudelaire, mamá? No, hijo, ¿quién es? Mamá, Baudelaire es un poeta francés del siglo diecinueve, deberíais leerlo en tu club del libro, hay vida más allá de Bernard Shaw. A Baudelaire, su padrastro lo alejó, como a mí el mío, unos años para preservar su carrera política, y cuando su padrastro estaba en la cresta de la ola, apareció en París encabezando una manifestación, acompañado de su amante de color, ambos podridos por la sífilis, y pidiendo la cabeza de su padrastro. Así, que escucha bien. Eso es lo mínimo que voy a hacer por vosotros si papá deja de enviarme dinero. Ahora voy a colgar. Adiós mamá.

El barco empezó a columpiarse más de la cuenta sobre el Egeo o tal vez la conversación y la bebida le habían sentado mal, el wishkey pedía una puerta poco ortodoxa de salida y se acerco la barandilla, al intentar agarrarse para vomitar se le nubló la vista y perdió el conocimiento. Se despertó empapado y vomitando wishkey salado mientras alguien le sujetaba los hombros. Una voz le maldecía en griego aunque Shean no la entendía. Levantó la mirada y entre un corro de gente vio al capitán del barco que agitaba la botella de Jameson antes de lanzarla al mar. Los mismos brazos que le sujetaban los hombros le ayudaron a levantarse. Era la misma chica de la cola del expendedor y también estaba empapada. Sorpresa, pensó, la zorra es una sirena. Le ayudó a sentarse en el mismo banco donde aún permanecía su mochila, el viento se llevó el Irish Times hoja a hoja espantando a unas gaviotas al vuelo que se afanaban por morder las galletas que unos niños les ofrecían extendiendo sus manos. Shean, todavía aturdido por el alcohol y el desmayo, se dirigió a la chica. Eres mi ángel de la guarda, un ángel disfrazado de sirena. Dame un beso. Ella se levantó. Qué te jodan. Qué te jodan a ti, le increpó automáticamente. Una mano le cogió del pelo y le obligó a sentarse. Un joven musculoso al que no acertó a ver la cara le advirtió, con un inglés macarrónico, que no volviera a acercarse a ella. Se alejó dirigiéndose a la chica, Shean sólo distinguió que tres brazos de una rosa de los vientos asomaban tatuados más allá de los tirantes de una camiseta ajustada. La N del Norte se dibujaba sobre la nuca morena y afeitada.

1 comentario:

Ana dijo...

Hola Kostas,
qué agradable volver a leerte, ya tenía ganas. Me ha gustado este nuevo relato, especialmente la parte de la conversación con la madre, es muy ágil. Bueno, hablaremos que estoy currando, Genaro y yo tenemos ganas de veros. Besos