martes, 26 de mayo de 2009

"Tres son multitud". Capítulos III y IV

viene de "Tres son multitud". Capítulos I y II.

III
- Sólo me apaño, gracias.- digo saliendo del cuarto de baño mientras me ajusto la corbata. – Esto no es como un restaurante que contrata extras.- Me mira contrariada.- Aquí va todo junto, papeles, juzgados, traslados, tanatorios. No es tan divertido como esta noche... Aunque lo haces bien,...
- ¿Qué?, ¿maquillar?
- Todo, bonita.- Me enseña con sorna el dedo corazón.
- Bueno, como trabajo también tiene sus “peros”.- Hace como que no le importa.
- Sí, hay guardias en fin de semana...
- No, me refiero... ¿Tú crees en Dios?...
- ¿Por qué?
- Porqué si crees con todo el tinglado que hay montado con la muerte...
- Si te refieres al dios cristiano, no.
- Pues a otro.
- Tampoco. En cuanto al negocio, suena trivial, pero alguien tiene que hacerlo, guapa. No se pueden dejar descomponiéndose en las calles.
- Ya pero ahí están todos esos desgraciados, rezando que sí se lo creen...
- Sí, son unos desgraciados. Porqué si de verdad creyeran lo que dicen, no llorarían al muerto y aceptarían sus propias miserias como voluntad divina. ¿Qué hay del libre albedrío, joder?.
- Ya, pero en cierto modo contribuyes...
- Contribuyo, ostias. – Qué no me joda el buen sabor que me ha dejado el polvo, pienso. – Si me pagan para que los lleve al tanatorio o al cementerio no los voy a tirar en el vertedero. Esto es Funeraria Alma Libre S.A. Los llevo donde ellos quieren.
- Sí, y detrás están la iglesia, los curas, ...
- Y los gusanos del cementerio. Ahí no entro, Jenny. – Joder, sólo me falta decirle “cari”.- Yo no le hablo de dios ni al cura, ni al muerto, ni a los familiares. Agilizo trámites,... traslado cuerpos... Eso se lo dices al cura de tu pueblo... ¿Este imbécil piensa venir? Yo me tengo que ir.
- No te mosquees, tío.
Sonrío forzadamente, muevo la puerta corredera que separa el garaje de la sala de preparativos y abro la trasera del coche fúnebre. Me ayuda con el carro y deslizamos la caja dentro. Pongo los seguros en los cojinetes. Sólo me falta perder al muerto por el camino.
- Gracias... Oye, yo no tardaré en irme,... tengo que salir en media hora y,...
- Un trago, unas rayitas y nos vamos a Valencia.- Me dice sonriendo.
- Te iba a decir que te dejaba donde quisieras,...- Me asalta la idea de que si me acompaña en el viaje igual follamos otra vez a la vuelta.- Pero vale, si te va el rollo. No esperaremos más.
Cojo las llaves, la agenda y una botella de agua. Subimos al coche. En el primer semáforo un capullo en moto me toca lo justo por detrás. En el siguiente, lo vuelve a hacer, esta vez lo suficientemente fuerte como para que lo note Jennifer.
- Nos está vacilando.- Digo. Bajo del coche y con el semáforo en rojo arranca por la izquierda a punto de atropellarme. Me da tiempo a ver que la matrícula está lacada. Entro al coche.
Hasta la salida de la ciudad me da la sensación de que nos sigue. Pero por el retrovisor y de noche no acierto a diferenciar si es la misma. A la altura de la autopista, que encuentro cerrada por obras, pierdo de vista la moto. El viaje será más pesado por la nacional. El alcohol ha vencido a la cocaína, Jennifer se ha quedado dormida. No puedo evitar levantarle un poco la falda y viajar con mi mano derecha cogiendo su muslo.

IV
Llego con el tiempo justo, aprovecho la entrada principal de la estación de Valencia para dejar a Jennifer.
- Despierta. Bajas aquí.- Tengo que zarandearla violentamente para que despierte.- Mira, esta avenida es Guillem de Castro, sigue recto, pasas la iglesia y después verás un parque con capiteles...
- Con capi...¿qué?
- Con capi-ostias. Hay un parque y una parada de autobús.- Miro el móvil y hay un mensaje por abrir.- Son las diez y media. A las once en punto me esperas en la parada. Baja.
Miro el mensaje, es de Pedro, el compañero de Valencia: “10.45 parking estación tren Valencia para cambio fiambre”. Parece un mensaje de la mafia. Me alegro por no tener que callejear. Entro al parking, busco un sitio alejado y paro. Me miro en el retrovisor y separo las gafas de sol. Con la corbata negra parezco salido de una crónica vampírica. Los ojos tan vidriados parecen pedir sangre, pero yo sé lo que piden, colirio. Me pongo unas gotas. Después meto la uña en la papela y esnifo un buen pellizco. Tan pronto como me pongo las gafas de sol y salgo del coche, veo entrar la carroza alemana de Pedro tapizada de coronas.
- Vaya mierda en sábado.- Me da la mano.
- A mí me quedan tres horas de vuelta.- Respondo.
- Necesito un favor. El compañero me ha dejado tirado. ¿Me ayudas a sacar la caja en la iglesia?. Las guías se han roto y hace falta dos. Después para meterlo da igual, y en el cementerio me ayuda el conserje.
- Si es sólo bajarlo.- Me escuecen los ojos, me quito las gafas para rascarme.
- ¡Joder, qué cara, nano!
Cambiamos al muerto de coche y me voy con él. Enrique debía ser conocido, la plaza está concurrida tardamos en aparcar encima de la acera y bajar la caja. El esfuerzo, el exceso de luz entre mis dilatadas pupilas, el cansancio, todo suma para que tenga un ligero mareo. Distingo a Pedro que me mira inquisidor. Me despabilo de golpe al darme cuenta que me estoy apoyando en el ataúd como si fuera el capó de un auto. Tan pronto me separo, tres viejas se abrazan a la caja y empiezan a llorar y gritar. Suena una alarma en una joyería enfrente de nosotros. Un tipo con casco y mochila sale de allí, cruza la calle y salta sobre una moto aparcada a unos veinte metros en nuestra misma acera. Arranca y pasa por en medio de los asistentes y me derriba. Aturdido, me cuesta mucho levantarme. Parece que peso el doble. Unos señores con traje negro me ayudan. Cuando me levantan, junto a mí se incorpora un anciano. Me aprieta la mano izquierda tanto que no puedo soltarme.
- Hijo, hijo, ¿qué ha pasado?
- No sé, señor.- Lo miro extrañado.
- Cree que usted es su hijo que ya faltó. –Dice una señora. Intento soltarme.- No lo suelte todavía. Ahora ha perdido a su hermano.- Insiste la señora secándose las lágrimas con un pañuelo.
- Pero tengo que irme señora.- Estoy sudando, siento sofoco.
- ¿No crees que ya es hora de que encuentres una mujer?.- El viejo me da dos bofetadas fraternales.- Pícaro.
- Aguante un poco, por caridad cristiana.- La señora me pellizca como una monja.- Es el alzheimer.
- ¡Señora!
- Caridad, hijo. Caridad.- Su tono de voz me inspira el homicidio.
Tras unos empujones me veo en la fila de los familiares varones que reciben el pésame antes del oficio. Una larga fila de hombres católicos y pusilánimes se dispone a iniciar el ritual. Qué coño hago aquí, me pregunto. El anciano se cuelga de mi mano.
- Le acompaño en el sentimiento.- Oigo.
- Gracias.- Respondo
- La hija de Justiniano, la Remedios aún está soltera. – Insiste el anciano. Noto su aliento caliente a la oreja.
- Era un gran hombre.- Dice otro.
- Lo era.- Corroboro
- Y me consta que aún es mozuela.
- Padre, haga el favor. Estamos en un entierro.- Entro en el juego.
- Y tienen el estanco, que es un buen negocio.
- No somos nada.- Otro sacude mi mano derecha.
No lo será usted, me digo.
- Nada, hijo. Tú tranquilo, mañana me paso por la tahona y te arreglo una merienda la Remedios.

CONTINUARÁ,...

3 comentarios:

Sin derecho a reclamar dijo...

a vore, a vore que pasa en la Reme

Anónimo dijo...

el muerto se llama Ernesto o Enrique? o forma parte de la misma divagación del protagonista?

Kostas Vidas, poeta de cantina dijo...

Es Enrique. Ya está corregido. Pido disculpas. Gracias, Anónimo.