miércoles, 18 de junio de 2008

BLOGOMEMORIAS DE KOSTAS VIDAS III-2

(viene de Blogomemorias de K.V.III-1)

Siempre es difícil reconstruir la vida de uno mismo, a partir de lo que nos cuentan los demás, cuando la memoria se ha diluido en el café del pasado. Mi madre nunca ha culpabilizado al destino de su suerte, y yo intento mantener esa actitud propia de los Ortega. Teniendo en cuenta el riego de sangre balcánica que he heredado por vía paterna, supongo que venir al mundo en una caravana es una forma suficiente digna de hacerlo. Sabiendo que la civilización occidental se sustenta sobre la idea de un niño que vino al mundo con su familia de paso en un portal, no tengo porqué avergonzarme de ello. Acudo a lo que dice mi madre porqué mi padre más que decir, maldecía, y porqué ahora que ya no está entre nosotros tampoco puedo preguntarle. Así que, con la información de mi abnegada madre, intentaré reconstruir el puzzle de mi pasado con las pocas piezas que me han dejado.

Poco le duró el reposo post parto a la pobre Dolores, no sé si por la capacidad, edificada generación tras generación por el milenio de cristianismo más duro de cualquier geografía, de la mujer española a sobreponerse ante el desamparo, o por el incordio de ver la parsimonia griega con la que Kostas Vidas II, harto de ouzo*, trajinaba en la terraza. La mañana siguiente al primitivo parto, la manchega de anchas caderas y fornidos brazos servía retsina** fría, ouzo, freía boquerones y daba de mamar al pequeño pero voraz cabezón ansioso de calcio para cimentar las paredes del excelente cráneo. Supongo yo que, ahora en la distancia y fiel a la tradición del amplio arco mediterráneo, Dolores Ortega blasfemaría con todo el repertorio castellano mientras observaba la paz de espíritu con la que su marido recogía los vasos de las mesas. Orgulloso y tranquilo, borracho también, se paseaba de mesa en mesa invitando a todo parroquiano a un trago, sentándose con ellos a brindar por la alegría de su primogénito varón, mientras que éste, el que ahora escribe, se amorraba como una pertinaz sanguijuela al pezón de Dolores, que teta al aire trabajaba sin parar(permítame el lector el símil de la sanguijuela, pues los niños, aunque yo también lo haya sido, solo me parecen adorables desde el momento que aprenden a limpiarse los mocos por si mismos).

La buena nueva pronto se corrió por las estrechas calles que pueblan los alrededores del puerto de corte veneciano con el que Candia mira al mar y su antiguo Haman, así que pescadores y comerciantes, pronto aparecieron como los bíblicos pastores a adorar al niño, y porqué no, también a beber gratis. Pronto se pobló la calita de coches, motos, y gente que también vino a pie recorriendo los cuatro kilómetros que nos separaban de la ciudad. Según Dolores, nuestro perro comecordonesumbilicales Diógenes salía a recibir a todo aquel que llegaba a darles la bienvenida, indicándoles con alegría el camino a la barra, donde mi cabeza digna de circo recibía pucheros sin descanso. Ya pasado el mediodía apareció, acompañando al bueno de Diógenes, el doctor Zanasis. Mi padre ya sin camisa, le saltó encima abrazándolo y besándole la calva cuando este se quitó el sobrero cortésmente para felicitar a mi madre por el parto y la buena salud de sus mejillas. Mi padre pidió ouzo para el médico, y aunque éste sinceramente dijo que venía a interesarse por la salud del retoño y la parturienta, lo obligo a beber hasta no poder distinguir a un niño de un melón. Poco después, Kostas Vidas II y su amigo Zanasis dormían la mona en unas sillas bajo una sombrilla. Sostiene Dolores, que una vez bajó el ritmo de trabajo entró a la caravana a limpiarme y cambiarme y que, una vez cubierto este expediente, tomó dos botellas grandes de agua fría y las dejó caer, una sobre la cabeza del médico y la otra, sobre la del tabernero ante las risas de los demás parroquianos. A voz en grito, envió a uno a recoger la terraza, y al otro a auscultar y reconocer al pequeño.

Kostas Vidas II, en su sana costumbre, ignoró las indicaciones de su mujer, y apareció tras ellos en la caravana para incordiar durante todo el reconocimiento. Que el doctor me miraba las pupilas, tras él mi padre le arrebataba la linternita y me las miraba él mismo. Que el doctor me auscultaba, tras un “déjame a mí” cogía el estetoscopio y escuchaba mi corazoncito estresado ante tanta expectación. Mi padre, como buen griego, no conocía a la Sra. Modestia, y por tanto, pues sabía de todo, aunque su idea de la medicina se limitara a limpiarse con ginebra las heridas que había sufrido en su etapa de pescador. Dolores y el Dr. Zanasis mantuvieron la calma hasta que llegó el comprometido reconocimiento genital. Mi padre cogió con fuerza la mano del doctor y le preguntó qué hacía, mi madre que si “¡deja al doctor!”, mi padre que si “tu cállate”, el doctor que “hay que ver si sufre de fimosis”, mi padre borracho abofeteando al doctor, mi madre colgada del cuello de mi padre “¡qué te vayas fuera!”, mi padre que “¿qué es eso de la fimosis?”, el doctor que si no sé qué del frenillo, mi padre que si “nadie le arremanga el capullo” a su hijo excepto él, y yo allí, llorando el lamentable espectáculo. Al final el doctor Zanasis, dijo: vale, vale, Kosta, tu le arremangas y yo miro. Respiraron todos, mi padre con la delicadeza de un gorila arremangó, yo me puse a llorar otra vez, y el doctor Zanasis sonrió sudoroso a ambos padres diciendo que el niño gozaba de buena salud y que el reconocimiento había sido un éxito. Imagino la escabechina que hubiera sido capaz de hacer mi padre si hubiera sido necesario operarme de fimosis, aunque el espectáculo del reconocimiento prefiero asociarlo a la bebida puesto que en otro caso la conjetura me resulta escalofriante. Pese todo, tengo que agradecer que, dadas las circunstancias en las que vine al mundo, el doctor encontrara al recién nacido lo suficientemente sano para que ahora les esté incomodando con el relato de su vida.

*ouzo: aperitivo de alta graduación destilado de anis. Se bebe solo, con hielo o con hielo y agua muy fría.

**retsina: vino que una vez reposado en barrica de pino recoge el sabor y aroma de esta madera.

5 comentarios:

Unknown dijo...

apunte a las definiciones de vino y retsina: los daños colaterales pueden ser imprevisibles, si de consumirlos en exceso se trata.

Un buen amigo mío bautizó la resaca del ouzo como más alucinate que un subidón de LSD.

http://traductorpaco.blogspot.com/

Kostas Vidas, poeta de cantina dijo...

la resaca no amigo mío, el pelotazo. La resaca del ouzo es la peor penitencia en toda regla. Me alegra que te acuerdes. Tha vrethoume se liges meres, file

VERO dijo...

No te imaginas cuanto me alegra que Kostas Vidas haya visto la luz por fin, cuando tan solo era un proyecto esbozado en una libreta ya me parecía maravilloso, pero lo mejor de todo esto es que ahora es real.
T'estime

Kostas Vidas, poeta de cantina dijo...

i jo a tu.
Kostas Vidas y su gran cabeza llena de amor y cicatrices ya está aquí, a ver si con el tiempo va creciendo el proyecto.

Ilaria dijo...

Que si de vidas se trata, la tuya y la mia son bastante parecidas.
Aunque la tuya contada asi, mas que un relato parece un film, hasta los olores se perciben.
Apelare una vez mas a la memoria de mi madre, por algunos detalles inconclusos.
Tal vez despues de todo se anime y me cuente la verdad.
Un abrazo amigo. G.